domingo, 24 de noviembre de 2013

VALENTIA, SUS ORIGENES

VALENTIA Lo más importante que puede tener cualquier entidad es su nombre, tanto en cuanto representa su DNI nominal, que si ostenta el mismo desde el momento de su nacimiento, le da mayor personalidad al indicar que no ha sido sometida en momento alguno. La ciudad de Valencia puede presumir de ello. Desde el año de su fundación por los romanos ostenta el que fue bautizada sin mayor variación que cuando fue ocupada por otra cultura, la invasión musulmana, en la que, y para su mérito, siguió manteniendo el mismo con su traducción arábiga: Balansiya.

Según los historiadores romanos y por la documentación aportada, fue fundada la ciudad en el año 138 a.C. por soldados romanos al mando del cónsul Décimo Junio Bruto que venían de la Lusitania después de años de lucha contra los hombres de Viriato, quien se opuso a la romanización de aquellas tierras que llegaban hasta el Atlántico. 

Pero en la conveniencia de saber quiénes fueron los primeros pobladores de las tierras ribereñas del mediterráneo, echemos hacia atrás las páginas de nuestra historia. 

Fueron los conocidos como los iberos, población autóctona diseminada que vivía sobre zonas elevadas al ser el área de influencia de la actual Valencia un territorio pantanoso que dificultaba su hábitat. Así sabemos de ciudades más antiguas, como Arse (Sagunto) , Edeta (Liria) o Sicana (Cullera), por citar las más próximas. Nuestra península recibe el nombre de Iberia de los griegos que llegaron desde su colonia de Masalia (Marsella) en el siglo VI a.C. fundando las ciudades de Ampurias y Rosas (aunque el nombre de Iberia serían los historiadores quienes se encargaría de otorgárselo, atribuyéndole el hecho a Polibio en el siglo II a.C. 

Con anterioridad lo habían hecho, unos tres siglos antes, los fenicios, inmigrantes que llegaban del Oriente Próximo, dedicados especialmente a la navegación y al comercio; fueron los fundadores de Gades (Cádiz), como la ciudad más importante. 

No obstante, de aquellos primero pobladores autóctonos, de los iberos, sólo se conoce de su asentamiento en la zona comprendida en el llamado Levante español, no así en el interior de la península cuyos primeros pobladores, los celtas, correspondían a quienes habían llegado desde el norte de Europa. 

Entre los siglos III a.C. llegaron a la península los cartagineses, desde Túnez, inmersos en sus constantes guerras contra Roma por el dominio del Mediterráneo, fundado la ciudad de Cartago Nova (Cartagena) en el año 227 a.C por Asdrubal. 

Los cartagineses sometieron a los pueblos iberos, por lo que estos se pusieron de parte de los romanos cuando en su deseo de romanización llegaron a la península en un proceso que duró tres siglos: desde el III a.C. hasta el I. 

Con el dominio de Roma, la península ibérica fue nominada como Hispania y en este contexto histórico es cuando se funda la ciudad de Valentia (Valencia). 

Próximo a la Via Heraclea, de origen griego, del siglo VI a.C y que después por los romanos se convirtió en la Via Augusta que desde los Pirineos llegaba hasta Cádiz bordeando el mediterráneo, los romanos encontraron un lugar rodeado por dos brazos de un rio, el Turia, donde decidieron la construcción de una ciudad al considerar que reunía las opciones óptimas para su fines. Desde Tarragona hasta Cartagena y próxima a la costa, no existía ninguna otra ciudad, lo que motivo su necesario asentamiento acortando las distancias entre ambas. 

La posibilidad de crear un dique fluvial y la bondad de los terrenos que circundaban aquella isla entre las aguas del rio, fueron cruciales para que en el punto que consideraron más oportuno trazaran el cardo (dirección norte-sur) y el decumano (dirección este-oeste) como km 0 de una ciudad que se iba a expandir, bautizada con el nombre de Valentia, al cumplido de la tradicional costumbre urbanística de todas las ciudades romanas. 

Existe la controversia de la procedencia de aquellos primeros pobladores bajo la dirección del cónsul romano Décimo Junio Bruto, pues a la opinión de que fueron los vencidos hispanos que combatieron junto a Viriato, se contradice con la que se aprovechó para el asentamiento de las tropas vencedoras como premio a su victoria, que parece lo más lógico y mayormente aceptado. Y junto a ellos, llegaron también emigrantes de Roma deseosos de alcanzar una posición social más elevada en la nueva ciudad de Hispania de la que poseían en la capital del Imperio. 

El lugar del km 0 se corresponde con la actual y popular plaza conocida como de la Almoina y en el nomenclátor oficial Décimo Junio Bruto y en su recuerdo. De inmediato empezó a desarrollarse la ciudad con las construcciones básicas de todas las urbes romanas, como fueron el foro, como lugar donde ejercer el comercio, la práctica de la religión pagana y la administración de la justicia en sus independientes sedes dentro del mismo; las termas, como centro de relajación; el horreum como granero; y el circo como lugar de juegos y distracción. Todos estos centros de reunión eran para desarrollar los dictados de Roma donde todos sus ciudadanos pudieran disfrutar de sus mismas costumbres y ejercer la administración en sus necesarias funciones: la vida social, comercial, económica y jurisdiccional. 

Se procedió a amurallar la ciudad en un recorrido que podemos imaginar partiendo de la calle de las Avellanas, llegaba hasta la calle del Almudín con giro al oeste hacia la zona del Palau, donde torcía en dirección sur y por las calles de Juristas y Corregería, cruzaba la plaza de la Reina para entrar por las calle de Cabillers, y de esta forma cerrar el lienzo amurallado en la de las Avellanas. Y en todo su recorrido existieron cuatro puertas: la Saguntina, la Sucronense, la Celtiberia y la del Mar. El cardo se correspondía con el eje norte-sur, calles del Salvador y San Vicente (la Via Augusta) y el decumano, el oeste-este, calles de Caballeros y del Palau. 

En el año 75 a.C, tuvo lugar la guerra civil en la República Romana. En Hispania tuvo su liderazgo en la figura del político y militar Quinto Sertorio, quien se rebeló contra Roma, alcanzando un gran prestigio en la península, siendo sometido Cneo Pompeyo Magno en una guerra que se produjo entre los años 80 y 72 a.C. terminando con el asesinato de Sertorio en la ciudad de Osca. 

Como consecuencia de esta rebelión, la ciudad de Valentía fue destruida y prácticamente abandonada, teniendo que pasar unos cincuenta años para que fuese reconstruida, ya en el siglo I, con un gran crecimiento de la población. De esta forma la ciudad fue recuperando gran parte de su antiguo prestigio que le duraría hasta el siglo III en el que tuvo otro periodo de decadencia. 

Durante los últimos años del Imperio Romano, siglo IV, la ciudad fue adaptándose a la nueva religión instituida por Roma: la cristiana, en la que sobresalió la figura de San Vicente Mártir, martirizado en el año 304 por la sangrienta persecución de Daciano sobre los cristianos, a pesar de que por el Edicto de Milán del año 313 por deseo del emperador Constantino I el Grande, ya existía la libertad de culto en el Imperio Romano. Y fue con Teodosio, en el año 380, cuando el cristianismo se convirtió en la doctrina oficial del Imperio.

Valentia se convirtió en un lugar de peregrinación por la gran fama que alcanzó el diacono Vicente tras su martirio (incluso en época musulmana por la existencia de los mozárabes) con la construcción de una ermita en el lugar donde se arrojaron sus despojos y que dio origen siglos después a la construcción del actual monasterio de San Vicente de la Roqueta, lugar donde reposan sus restos.

domingo, 8 de septiembre de 2013

IBERIA, SUS PRIMEROS POBLADORES



Los iberos fueron los primeros pobladores de la península. Y aunque existió la creencia de que eran originarios de otras tierras, hoy se sabe que fueron autóctonos gracias a la utilización del carbono14 y a las nuevas tecnologías de estudio. La primera referencia escrita que se tiene de ellos es gracias a los griegos, en el siglo VI a.C.

El pueblo celta (1200 a.C.), extendido por toda Europa, se establece por el norte peninsular, uniéndose después con los iberos, los celtiberos. Los fenicios (siglo IX a.C.), activos comerciantes que llegaron del otro extremo del Mediterráneo en su costa oriental, se situaron en el sur, fundando las ciudades que hoy conocemos como Cádiz, Málaga y Córdoba entre otras. Nos dejaron el alfabeto, posteriormente desarrollado por los griegos.

Más tarde (siglo VIII a.C.) llegaron los griegos asentándose por la zona de Cádiz. Poco después, lo hicieron los griegos focenses, estableciéndose en el  norte de las costas mediterráneas, en Rosas y Ampurias, con su aportación cultural de la moneda como valor de cambio, el cultivo del olivo, así como su utilización para la obtención del aceite y el legado de la escritura.

Las costumbres agrícolas hacían que fueran diferentes las formas de “amontonamiento de la paja”. Esto ha llevado a configurar una línea divisoria en la Península Ibérica entre los iberos y los celtas. La forma de barraca piramidal era la que utilizaban los iberos para su amontonamiento y correspondía a las zonas Este mediterránea y Sur hasta Portugal. Hacia el norte, la zona de los celtas, los amontonamientos se remataban en forma redonda.

LA ESPAÑA ROMANA

La conquista del mar Mediterráneo fue el gran reto para Roma y Cartago, ambas civilizaciones enfrentadas por conseguir su dominio. Tras un periodo de tres guerras, las conocidas como “púnicas” que se sucedieron en el transcurso de más de cien años (264 aC-146 a.C.),  Roma terminó destruyendo la ciudad de Cartago, erigiéndose con su victoria en la dueña absoluta del Mar Mediterráneo, así como de las tierras que en él se bañaban. Con anterioridad, los cartagineses habían invadido la península, con importantes asentamientos en la zona sur, destruyendo Sagunto y fundando la ciudad Cartagena, lo que motivó el inicio de la II Guerra Púnica (219 a.C. al 201 a.C.)

La península ibérica significó para Roma un centro logístico de suma importancia en el transcurso de aquellos años, al descubrir en ella la riqueza minera tan necesaria para sus fines bélicos, la madera de sus inmensos bosques, así como el mejor lugar de descanso para sus tropas y el mejor camino hacia el norte de África, donde crear una pinza sobre los dominios cartagineses con el fin de aniquilarlos. Al conseguirlo, se apoderaron de la península que denominaron como Hispania. Se crearon ciudades y se construyeron las calzadas necesarias que las comunicaran entre sí, con una “vía augusta” que desde Cádiz llegaba a los Pirineos como principal referencia de todas las existentes en el interior peninsular, a las que recogía y guiaban con dirección a Roma. Y para sus habitantes, ciudadanos romanos con los mismos derechos a los que disfrutaban quienes vivían en la capital del Imperio, se edificaron anfiteatros donde gozar de sus espectáculos, baños donde relajarse, circos donde disfrutar sus juegos, ágoras donde reunirse, y templos donde rendir sus cultos procurando siempre alcanzar el mayor grado de similitud en todas las ciudades romanas para que sus ciudadanos no se vieran huérfanos de sus costumbres. 

España absorbió toda la cultura romana y terminó adoptando su lengua, romanizándose en su totalidad. Sin embargo, más que una unidad política, la península ibérica representó una base para las tropas romanas a las que Roma habilitó de todos los medios para que no se sintieran como lejos de su ciudad, sino como si entre las siete colinas de Roma se encontraran, gozando sus momentos de placer.

Roma, que permaneció en la península desde el año 218 a.C. cuando desembarcó en Ampurias, hasta los inicios del siglo V (invasión goda), dividió inicialmente a Hispania en dos provincias administrativas, la más próxima a la capital romana: la Citerior, que tuvo su capital en Tarraco (Tarragona) y fue extendiendo su dominio hasta llegar a Galicia; y la más lejana a Roma: la Ulterior, que si ocupaba en un principio todo el valle del Guadalquivir, amplió más tarde su territorio hasta alcanzar la parte occidental peninsular; siendo su capital Córdoba y Cádiz que se alternaron. Fue Cesar Augusto en el año 27 a.C. quien dividió a la Hispania Ulterior en dos provincias: la Lusitania, la actual Extremadura y Portugal con Mérida como su capital, y la Bética, hoy Andalucía. Mientras permanecía inalterable la tercera provincia de la Tarraconense que cubría el nordeste peninsular. 

División peninsular que permaneció hasta el fin del Imperio Romano, el que ya había sido dividido a la muerte de Teodosio en dos mitades, el de Occidente y el de Oriente. La caída de la primera mitad, el de Occidente, significó el inicio del Imperio Bizantino con su capital en Bizancio, Constantinopla, cuya caída, en 1453 por los turcos, representó el final definitivo de un Imperio nacido a pies de Roma y el inicio de la Edad Moderna.

Hispania, según algunos testimonios, dio al Imperio cinco emperadores, aunque en tres de ellos, Galba, Adriano y Máximo se tienen dudas acerca de su lugar de nacimiento por falta de documentación que acredite el hecho cierto. Trajano nació en Itálica, ciudad próxima a Sevilla, lugar que también se considera por algún historiador, rebatido por otros, como la cuna de Adriano, su sucesor. Y Teodosio, nacido en Cauca, la actual segoviana Coca. Siendo los emperadores más importantes de todo ellos, Trajano y Adriano. Seneca, el famoso filósofo romano nació en Córdoba.

El debilitamiento de Roma auspició la caída de su Imperio y en el año 409 las tropas de origen germánico invaden Hispania. Eran aquellos los años del inicio de la EDAD MEDIA en la que lentamente fueron estableciendo su poder hasta llegar a instaurar la “monarquía visigótica”. La que terminó adoptando la religión católica  renunciando a la propia, el arrianismo, la religión desarrollada por Arrío, el sacerdote cristiano de Alejandría.