martes, 16 de febrero de 2010

ELS SEGADORS


Si en el siglo XV fue una revuelta de campesinos y artesanos barceloneses enfrentados a una minoría feudal y burguesa que nada tenía que ver con una “revolución catalana contra Castilla”, en el siglo XVII se repitió algo semejante.

Abusos cometidos por los soldados de Felipe IV enfurecieron a los agricultores, y la lucha contra el hambre junto a la opresión señorial, se confundió con la rebelión política de la oligarquía catalana contra el virrey y la torpe política del valido Duque de Olivares quien entregaba cargos, honores y beneficios en perjuicio de otros oligarcas que se consideraban injustamente tratados.

La rebelión de “els segadors” en el Corpus de 1640 no fue una revolución “nacional” como algunos pretenden, ni siquiera la protesta por la centralista monarquía del cuarto Felipe de los Austrias.

Más bien resultó el estallido de una fuerte tempestad de violencia y mar de sangre, donde se esgrimieron aceros de rudas hojas contra aristócratas y notables de la ciudad de Barcelona. Las iras también se desataron contra el virrey de la corona por una muchedumbre que gritaba ¡Viva el Rey¡ ¡Mueran los traidores ¡.

Estos ataques se extendieron a varios puntos de Cataluña contra propiedades y haciendas, no sólo de amos, sino también contra administradores municipales.

Cuando desde la Generalitat había que tratar asuntos de su competencia en las tierras catalanas, los diputados encargados de ello se encontraron con la dificultad de su soledad ante un furor que les atemorizaba. En sus recorridos eran tratados como traidores. Los asustados Diputados de la Generalitat catalana solicitaron la protección que posibilitara su tarea, toda vez que no se podía visitar sin soldados los pueblos y villas de Cataluña.

El Gobierno catalán al frente de Pau Clarís, demandó ayuda a Richelieu. Para justificar su traidora actitud se rebelaron contra el Rey español, al que “culparon de todos los males”. Provocaron en su contra el ataque de la real tropa y para defenderse sin disponer de un ejército propio, soldados franceses acudieron desde suelo galo librándose crueles enfrentamientos.

Aquella situación se les escapó de las manos a los del Principado, y temerosos de un destino incierto y de perecer ante la muchedumbre, pusieron a la Generalitat en manos de Luís XIII, nombrándole Conde de Barcelona. Días después moría Pau Clarís. La muerte le evitó lamentar la afrenta, como así les sucedió a los demás Diputados poco después de verse apartados por los franceses ocupantes de sus cargos, terminando por refugiarse en sus casas y palacios.

La relación con Francia no supuso ningún beneficio para nadie. Sólo un aumento de impuestos para abastecer las tropas y las mermas de un lógico cierre de mercados por la situación de guerra en que se vivía. Ni el Virrey francés, ni su Capitán General fueron del agrado de la oligarquía catalana. Temblaron al ver que los franceses tramaban ampliar sus fronteras, en lugar de mantener la autonomía catalana. Fue corriendo el clamor por los errores cometidos, y en todos los rincones se fueron dando cuenta de la demagogia que encerraba echar la culpa a la corona española de todos los males. En 1652 la mayoría del pueblo catalán veía con buenos ojos a Felipe IV, firmándose la capitulación con la entrada pacificadora de Don Juan de Austria, hijo natural del Monarca. Algunas escaramuzas continuaron hasta que La Paz de los Pirineos de 1659 puso fin a un conflicto que supuso para España y Cataluña la perdida de territorio francés.

La guerra fue nefasta para Cataluña. A las perdidas comerciales, se unieron muertes inútiles y una epidemia de peste visitaba todo el Principado. El mercado interno sufrió la invasión de mercancías francesas en beneficio de una minoría de comerciantes. Ante tal desengaño la burguesía catalana volvió al redil de los Austrias. Años más tarde el último de los Austrias, Carlos II, rey decadente, débil y enfermizo, fue ensalzado por los notables catalanes y Feliu de la Peña dijo ¡El mejor rey que ha tenido España ¡

La manipulación actual del conflicto queda al descubierto al reflexionar sobre este absurdo error, que se repitió años después, durante la guerra sucesoria al tomar partido los catalanes por la Casa de los Austrias, gestando sus iras contra los Borbones como “culpables de todos los males”. Se habían olvidado que cuando “els segadors” se habían alzado contra la Generalitat Catalana, ésta señaló al Austria Felipe IV como blanco de aquella rebelión y “culpable de todos los males”.