sábado, 5 de diciembre de 2009

LA GUERRA DE SUCESIÓN ESPAÑOLA


La Guerra de Sucesión española iniciada en 1702 fue una guerra internacional que acabó enquistando las entrañas de España, pero que a su final se desvaneció en la inconsciencia del pueblo español, al igual que en sus inicios reinaba la incertidumbre de no haber llegado a entender la razón de sus propósitos. Sin embargo, hoy se recuerda por algunos como un mito en el que el pueblo catalán era la resistencia contra el centralismo castellano.

El que Carlos II no tuviera heredero planteaba un conflicto dinástico. De ello, las potencias europeas se disputaron una serie de intereses económicos, territoriales y políticos a costa de España que, sin desearlo, terminó llevándose la peor parte. Carlos II a la vista de todos los pretendientes extranjeros, consideró que la unión con Francia significaba una mayor seguridad y, con la misma, era cuando se podía garantizar la conservación de la Monarquía en toda su integridad. Optó por el Duque de Anjou, Felipe V, decisión testamentaria que significaba la llegada de los Borbones a España.

En su testamento del 3 de Octubre de 1700 exigió el cumplimiento de dos condiciones: Que las coronas españolas y francesas no se unieran en una sola persona, y no enajenar parte alguna de los territorios españoles.

En 1701 Felipe V entró en España jurando los fueros catalanes, correspondiéndoles estos con su fidelidad. Al igual que se hizo en las Cortes Aragonesas, no así con las del Reino de Valencia.

La Gran Alianza (el Sacro Imperio, Inglaterra, los Países Bajos, Portugal, Prusia y Dinamarca) temerosa de que se pudiera perder el orden europeo, deseaba el desmembramiento galo-hispánico y terminar con el monopolio del mercado americano. Y por ello, declararon la guerra a los Borbones.

Felipe V no fue un rey impuesto por Castilla. Tampoco la Guerra de Sucesión fue una guerra entre Castilla y otros reinos periféricos. En Cataluña hubo partidarios borbónicos, como en Valencia y en Aragón. También Castilla tuvo partidarios del archiduque Carlos. La fiebre austracista de una minoría dirigente de Barcelona no fue compartida por muchos en tierras catalanas. Lérida y Gerona eran partidarias del pacto con el Borbón y comarcas del Pirineo fueron fieles a Felipe V.

Hasta 1705 Barcelona fue plaza del Duque de Anjou. Los austracistas pusieron cerco a la ciudad un año antes y fueron rechazados por los catalanes. Finalmente un bombardeo indiscriminado rindió la ciudad. Estas cosas hoy no se cuentan y parece como si no hubiesen ocurrido. No se habla de los catalanes que tuvieron que abandonar Barcelona, ni de las ejecuciones ordenadas por los aliados austracistas. Tampoco se habla de que en el último asalto a Barcelona por el duque Berwick, en sus tropas intervinieron soldados catalanes.

Sólo se recuerda dentro de una gran falsedad histórica la resistencia de una lucha ¿nacional? de la antigua Corona de Aragón contra el centralismo e imperialismo castellano. Como tampoco se hace hincapié en que el Archiduque Carlos en sus deseos de gobernar, se proclamó como Carlos III, Rey de España, lejos de cualquier otro deseo separatista, como en la actualidad se manipula.

Igualmente no se menciona que el militar catalán Villarroel combatía a los Borbones con el eslogan, ¡Por nosotros y toda la nación española combatimos¡ anunciando, que lo que quería Luís XIV era no dar rey a España y convertirla en provincia de Francia. Tampoco se dice que el Consejo de Ciento –órgano municipal de Barcelona – fue más radical que la Generalitat, mandada ésta por una nobleza que se iba alejando de los austracistas. La Generalitat no fue suprimida por Felipe V, como se dice, sino por el propio Consejo de Ciento en pleno mandato de los aliados austriacos.

La resistencia que opuso Barcelona a Felipe V no fue una lucha heroica y popular. La nobleza, el clero y las masas, no mostraban ningún interés en seguir amurallados y deseaban que se acabara la resistencia, el hambre y las bombas. La resistencia fue más bien empeño de un grupo reducido abandonado por la mayoría de los catalanes. Un empeño y un error como los que en 1641 habían hecho a Luís XIII Conde de Barcelona. Y tanto Villarroel como Rafael Casanova se inclinaron por una solución negociadora. Un Rafael Casanova que por cierto portaba la Bandera de Santa Eulalia; no la actual nacionalista cuatribarrada que manipuladamente se une a lo sucedido hace trescientos años.

La burguesía catalana aprendió la lección, se olvidó de los fueros y se alistó con la causa del proteccionismo y el mercado español. Se cicatrizaron viejas heridas y descubrieron las ventajas de los Decretos de Nueva Planta. Poco después, avanzado ya el siglo, la llegada de Carlos III y el Decreto de Libre Comercio, significaron la escalada de los grandes comerciantes catalanes, el esplendor del puerto de Barcelona abierto al inmenso negocio de América, una época de prosperidad y una colaboración con la Monarquía española de la burguesía catalana, como así lo demostró durante el Motín de Esquilache con su actitud favorable a la Corona.

La Guerra de Sucesión terminó con el Tratado de Utrecht (1713) que supuso la pérdida para España de sus dominios europeos que pasaron a formar parte de los aliados austracistas. Felipe V suprimió las instituciones y leyes particulares de la Corona de Aragón, no así las del Valle de Arán, Navarra y provincias vascas que combatieron con el monarca español.

Tan pronto como el Archiduque se vio ante su eminente nombramiento como Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, ordenó a sus tropas la retirada, abandonó España y puso final a la Guerra de Sucesión.