miércoles, 13 de febrero de 2008

JAIME I EL CONQUISTADOR: un nacimiento "divino"

El nacimiento del Jaime I enmarcado en el mundo oscuro de la Baja Edad Media tiene un cierto origen “divino”, como predestinado a las mejores gestas desde sus orígenes turbulentos, hasta que alcanzara a través de una carrera llena de obstáculos, de los que tanto aprendió, el sueño anhelado de crear un reino nada cortesano del que fuera auténtico Rey, lejos de los intereses partidistas de quienes a su vera, hambrientos de botines, sólo deseaban su aumentar su enriquecimiento personal.

Y fue “divino”, porque sus padres en un matrimonio de conveniencia copularon una única vez, sin que Pedro II el Católico supiera quien le acompañaba en aquel lecho de lujuria, en el que intencionadamente habían colocado a su esposa que él desconocía, apartando del tálamo a su amante para que el que naciera fuera un auténtico Rey, operación necesaria para la unificación del Reino de Aragón a los condes catalanes, siendo la nobleza los autores de aquel apareamiento “divino”

Pedro II de Aragón, el Rey Católico, que en tiempos de cruzada tenía intereses occitanos se enfrentó a Simon de Monfort, quien al mismo tiempo que se enfrentaba a la herejía albigense también deseaba frenar la expansión aragonesa. Su derrota y muerte en Muret -1213- significaron el fin de las pretensiones del aragonés a su unificación con Occitania cuyo logro, seguramente, hubiera dado un giro diferente a la Historia de España.

Jaime quedó huérfano de padres cuando tenía cinco años, heredando de su madre el Señorío de Montpellier y quedando bajo la tutela del enemigo de su padre, Simón de Monfort, sufriendo el niño un ambiente turbulento, lleno de intrigas y con amenazas de muerte. Finalmente, obligado por el Papa Inocencio III, el futuro rey aragonés fue devuelto por el noble galo al territorio que después sería su reino. Durante su infancia en el castillo de Monzón fue educado bajo la dirección del la Orden del Temple, adquiriendo la impronta de lucha contra los musulmanes que le llevaría a adquirir gran fama como conquistador, y con el intento de una cruzada a los Santos Lugares de Jerusalén, proyecto en el que sin embargo fracasó.

Coronado rey a los seis años, tuvo la regencia del conde Sancho Raimúndez. A los diez le declararon mayor de edad en Lérida y como Rey de Aragón estuvo siempre a merced de la nobleza hambrienta de riqueza. Como se demostró en su Conquista de Mallorca, realizada a base de saqueos y de crueldad con la población, contra la que se cebaron sin piedad.

Jaime I, Rey de Aragón, Rey de Valencia, Rey de Mallorca, Señor de Montpellier, Conde de Barcelona, nunca se vio como un Rey dueño de su territorio, porque siempre estuvo a merced de la nobleza que trataba de dominarle, como si se tratase de un juguete roto de muy limitado poder. Y esa fue la razón que llevó a Jaime I una vez fueran conquistadas las ciudades valencianas más importantes, unificarlas en torno a la ciudad de Valencia, que como Cap y Casal, se constituyó en el núcleo central de su proyecto político más querido, el Reino de Valencia. Del que en esta ocasión sí sería autentico Rey, sin depender de la nobleza.

Cuando se planteó en Monzón la toma de Valencia, el Rey Jaime ya había aprendido la lección y quiso que en su nuevo Reino, fuera él su único dueño sin estar sometido a nadie. Y lo consiguió. Creó fronteras con el Reino de Aragón y Condados aragoneses, en contra de los deseos de la nobleza. Instauró Cortes, otorgó Fueros y el nuevo Reino de Valencia, con su personalidad propia y diferenciada, fue creciendo bajo su reinado dotándole de los medios necesarios para convertirlo en más prospero y creando los mimbres con los que alcanzaría el Reino de Valencia su punto de esplendor en el siglo XV, habiendo sido Valencia hasta entonces la ciudad más importante cultural y económicamente de la Corona de Aragón, así como el centro decisivo de su expansión por el mediterráneo, como también el lugar de entrada del Renacimiento en España.


Jaime I prestó su ayuda a Alfonso X el Sabio, el Rey de Castilla casado con Violante, su hija, para la conquista de Murcia -1266- y a requerimiento de ésta, mostrando una clara disposición para una futura unidad peninsular. Envió al combate al infante Pedro, el que después sería su sucesor como Rey de Aragón y Rey de Valencia:

“Nos ho fem la primera cosa per Déu, la segona per salvar a Espanya”, fueron las palabras de Jaime I el Conquistador para ayudar a su yerno Alfonso, pacto al que habían llegado con anterioridad por el tratado de Almizra de 1244.

De su primer matrimonio con Leonor de Castilla, anulado por razones de consaguinidad, sólo tuvo un hijo y con su segunda esposa, Violante de Hungría, nueve, dedicados unos a sucederle en sus reinos y otros, tanto entregados a la vida religiosa como a enlaces matrimoniales con otras coronas, especialmente de Castilla.

Jaime I el Conquistador, no sólo se hizo acreedor a su apelativo por sus campañas contra el moro invasor, sino que también pudiera atribuírsele por sus conquistas amorosas que por cierto fueron muchas, especialmente después de la muerte de su esposa Violante, y que continuaron hasta el fin de sus días. De estas relaciones voluptuosas tuvo varios hijos reconocidos a los que dotó de nobleza, no descartándose la existencia de otros más, de cuya entidad no llegó a conocerse.

Como era costumbre en los monarcas europeos de aquella época medieval, Jaime I, el Conquistador, tuvo el deseo de tomar los hábitos, cosa que logró instantes antes de su muerte en Alcira (Valencia) en 1276.

Jaime I fue un hombre predestinado a su futuro. Su nacimiento “divino”, su pronta orfandad, su infancia turbulenta, su educación templaría desde muy corta edad, su enfrentamiento a la nobleza de la que llegó incluso a ser preso siendo Rey, su vida licenciosa, sus amoríos y su firme propósito de combatir al invasor tuvieron su mejor conclusión en la creación del Reino de Valencia, al que se dedicó con suma atención en una labor de muchos años, conocida gracias a los hechos narrados por él mismo en el “Llibre dels feits”, la crónica de su vida.