domingo, 19 de agosto de 2007

LOS HIDALGOS

El diccionario de la Real Academia de la Lengua los define como personas de ánimo generoso y noble. También a los que por su sangre son de una clase noble y distinguida.

Desde el Siglo XIII, la antigua nobleza castellano-aragonesa reconocía como tales a quienes siendo de noble linaje no consiguieron fortuna, Correspondía pues, a los que se quedaron cerca de la pobreza, y ésta fue la que marcó su destino. Por tal motivo fueron considerados como hijodalgos, equivalente a hijos de bien, como único atributo y efímera distinción. A la par, en los núcleos urbanos, esta baja nobleza integró a los caballeros, mientras que en la zona rural se les otorgaba el tratamiento de hidalgos.

La hidalguía era consideración adquirida por herencia familiar, aunque también fuera merced de los reyes su otorgamiento. Y lo fue con tanta prodigalidad, que obligó, principalmente a los Reyes Católicos revocar privilegios que Enrique II, "el de las mercedes", el primero de los Trastámara, había concedido cien años atrás de forma poco clara. Otros reyes, también tuvieron que tomar la misma decisión, al haberse concedido sin justa causa tratamientos de nuevos hidalgos. Se otorgaron un gran número de hidalguías en los años de luchas por tierras de Flandes y de Nápoles, en agradecimiento a los servicios prestados a la Corona, la única forma de medrar en la vida.

Los hidalgos tuvieron muchos privilegios, como el de no trabajar, a pesar de la situación de penuria que padecían, que era lo más frecuente. Su condición hereditaria les facultaba para no ir a la guerra, aunque en ocasiones lo hicieran. No era el caso de los que lo habían obtenido por meritos de lucha, pues ese había sido, principalmente, el motivo de participar en ellas. Los hidalgos obtenían la exención de impuestos y por las deudas contraídas podían perder su patrimonio, siempre escaso, a excepción de sus armas o de sus caballos. Tenían el derecho de cárcel aparte, o de favor, por el incumplimiento de las leyes penales regidas en cada momento.

En el reinado del Austria, Carlos I, ante la conveniencia de dotar a la nobleza de las mayores jerarquías, se creo la superior de “grande de España”, cuya mayoría eran duques. Y junto a marqueses, condes y los vizcondes de Aragón, formaban la alta nobleza. Sus patrimonios lo constituían los señoríos, las tierras y las rentas que habían generado. La baja nobleza, por su escasez de medios, quedaba entonces para los caballeros o hidalgos, según fueran de zona urbana o rural, respectivamente. Donde más hidalgos existieron lo fueron en Extremadura y en los Señoríos de Vizcaya y Guipúzcoa. Esto explica que más del noventa por ciento de los conquistadores por las lejanas Indias, fueran naturales de estas tierras castellanas, necesitados como estaban de enriquecerse.

Para buscar fortuna en las Indias sólo se autorizaba cruzar el océano, en nombre propio, a los que les correspondía la condición de hidalgos. Quienes no tenían esta distinción, debían enrolarse a las órdenes de quienes sí la tuvieran. Sin embargo, esta autorización de conquista, sólo se otorgaba a los hidalgos de Castilla, pero sin menoscabo hacia los existentes en los otros reinos de las Españas. Para estos, se firmaba el decreto “del día siguiente” que les facultaba a sumarse a la autorización del día anterior: la adjudicada al hidalgo castellano y en las mismas condiciones que a éste.

En siglo XVII, el de la decadencia, en una España no productiva, fueron los hidalgos los principales personajes que se paseaban por las luces y sombras de los pueblos y de las ciudades, aunque más lo hacían en las horas de la oscuridad, gozando de una vida contemplativa pero con sus bolsillos vacíos. Abundaba en ellos la penuria, dedicándose a duelos y quebrantos, así como a cualquier encargo de regular paga, pues si ésta era buena, se atribuía a jornada de gran fortuna. Unas veces, retaban a otros por encomienda recibida de quienes eran de superior linaje, previo pago de unas monedas de plata u oro. Y en otras, los más gallardos, cruzaban espada para salvar su honor: el único activo que les quedaba.

Los hidalgos fueron fuente de inspiración para los grandes genios literarios del Siglo de Oro Español, destacando el más famoso de ellos, Don Quijote, quien sobre la flácida grupa de Rocinante aún sigue cabalgando a través de los siglos por toda la faz de la tierra, si no desfaciendo entuertos, sí al menos simbolizando el mejor ejemplo de la miseria que existió a lo largo de aquel siglo decadente.

A mediados del siglo XVIII, los Borbones, con el fin, si no de eliminarlos, sí al menos de reducirlos, revisaron los títulos de los hidalgos. Ello fue debido a que su distinguida condición les impedía trabajar, siendo interés de la Corona que España dejara de ser una nación de gente improductiva, necesitada como estaba, de brazos emprendedores. También consiguieron eliminar muchos de sus privilegios, pues dejaban de tener sentido, facilitado en gran manera por las reformas administrativas llevado a cabo en el último tercio del siglo. Consiguieron reducir su número, incluso algunos de ellos, deseosos como estaban de optar a servicios que intuían lucrativos por el influjo del Siglo de las Luces en los campos de las artes y de las ciencias, especialmente, se fueron incorporando al mundo del trabajo. Gracias sobre todo, a las instauradas Sociedades de Amigos del País, creadas para dar a la vida económica española el impulso que necesitaba. Buenos deseos que desgraciadamente quedaron en un vano intento, pero sembraron una semilla que muy lentamente fue dando sus frutos.

Carlos III trató de favorecer a las clases trabajadoras, creando obstáculos a los hidalgos que deseaban seguir gozando de una vida contemplativa a pesar de la miseria que de siempre les había rodeado.

La picaresca dejaba de ser emblemática en el siglo de la Ilustración; y con el final del Antiguo Régimen desapareció la holganza, fielmente interpretada en una de la más pintoresca página de nuestra historia; al menos, con el raído disfraz del bizarro hidalgo español.



Y la Real Academia de la Lengua dice de ellos:

Hidalgo de bragueta. m. Padre que, por haber tenido en legítimo matrimonio siete hijos varones consecutivos, adquiría el derecho de hidalguía.

Hidalgo de cuatro costados. m. Aquel cuyos abuelos paternos y maternos son hidalgos.

Hidalgo de devengar quinientos sueldos. m. El que por los antiguos fueros de Castilla tenía derecho a cobrar 500 sueldos en satisfacción de las injurias que se le hacían.

Hidalgo de ejecutoria. m. El que ha litigado su hidalguía y probado ser hidalgo de sangre. Se denomina así a diferencia del hidalgo de privilegio.

Hidalgo de gotera. m. El que únicamente en un pueblo gozaba de los privilegios de su hidalguía, de tal manera que los perdía al mudar su domicilio.

Hidalgo de privilegio. m. El que lo es por compra o merced real.

Hidalgo de sangre. m. y f. La persona que por su sangre es de una clase noble.

Hidalgo de solar conocido. m. El que tiene casa solariega o desciende de una familia que la ha tenido o la tiene.